viernes, 19 de agosto de 2011

Monólogo en Blancohumo comentarios de Daniel Salas

       ¿Por qué un “monólogo”? ¿Por qué en blancohumo? El monólogo no es más que una ilusión del discurso, un efecto retórico del cual necesariamente emanan las distintas capas del lenguaje. Su raíz es, por tanto, necesariamente dialógica. En la novela de Daniel Soria, la conciencia de esta duplicidad es notoria y es el eje que construye el relato, que, para adelantarles algo, consiste en dos puntos de vista y dos tiempos que desde el punto de vista del lector corren paralelos pero que en el sentido de la trama poseen un carácter secuencial.    
        Mediante este artificio, Daniel pone en escena el conflicto entre azar y necesidad. El presente, en efecto, es explicado por el pasado pero hasta cierto punto. En otro sentido, ambos son además la ejecución de un destino que ya estaba escrito en los opacos mensajes de las barajas. Si ello es así, la experiencia narrada no es más que una suma de secuencias, antes que sucesivos actos del azar.
         Es un asunto ya clásico la exploración del pasado para descubrir el sentido del presente. La palabra “sentido”, como lo recuerda en un momento el narrador en la novela, posee un doble valor: uno espacial (el punto hacia el cual se dirige un objeto en movimiento) y otro semántico (el significado, en este caso, el significado del ser y de la experiencia). La narración no es más que un artilugio del lenguaje que conecta los hechos y establece mediante su ejecución ambos valores cuya interpelación causa la angustia del personaje, pero también nuestra angustia. El personaje discute por ello constantemente con el azar, busca en las fuentes de la filosofía, de la música, de la literatura e incluso en los dichos populares y las historias de su barrio un sentido que supere la poderosa violencia simbólica que implica reconocer que la vida no es más que un conjunto de casualidades. Pero, a fin de cuentas ¿qué poder posee un personaje para discutir su destino, si este ya se halla escrito en las páginas de la novela, si no es más que la decisión arbitraria de un demiurgo que es el escritor? En un momento se dice de Carmela, el personaje a quien, como madre, puede atribuirse la capacidad de decidir en un momento crucial entre la vida o la muerte de su sucesor, que “ella no era nadie para evitar lo que, de cualquier modo, debía suceder, porque todo estaba escrito”. Carmela es, en efecto, una lectora de barajas cuya obsesión por el orden y por la disciplina no le sirven de nada frente a lo que está escrito. Como toda lectora de presagios, ella se debate entre el descubrimiento y el recubrimiento, entre la lucidez y la oscuridad. La confusión, el abandono inesperado, la mancha social, se imponen sobre una vida que se pensaba escrupulosamente organizada. Su vida es irónica porque la exploración en las barajas no la lleva a controlar el futuro sino a asumirlo con resignación.
         De allí, a riesgo de avanzar demasiado en el final, que sea tan importante la figura de la navaja que David, el personaje principal de la novela, manipula de manera maniática y escrupulosa en torno a su rostro. La navaja es un regalo del padre ausente, un perverso sustituto de quien no estuvo, del vacío, pero es, además, una insignia de la angustia. El objeto que sirve para la figuración del personaje, para el desplazamiento de su máscara, es también el que cruza el cuello en sucesivos trazos para recordar su relación con la muerte.
         Monólogo en blancohumo es una novela sobre el tiempo y sobre la experiencia del tiempo. Así como Carmela se empecina en leer el futuro y remontar las ataduras a la que la condenaban sus orígenes, David, el personaje que vive bajo el techo blancohumo, está obsesionado con la reconstrucción del tiempo, con rebobinar hacia atrás y hacia adelante su experiencia, como si ella fuera un filme a cuyas escenas se pudiera volver una y otra vez para redescubrir su sentido. La percepción del tiempo tiene que ver también con sus distintas texturas. No es en vano que los capítulos entrecrucen dos estilos narrativos y dos puntos de vista. A cada una de las dos épocas sobre las que está armada la novela le corresponde una representación distinta porque se vive de manera distinta. Ambas, sin embargo, terminan confluyendo en un paralelo de escenas aparentemente inconexas (un parto y un corte de barba) que tienen en común la aceptación del dolor, de la ausencia y consecuente asunción del destino. “Sí, pues, pensó David, así es la felicidad, mientras la pulida hoja iba liberando su rostro. Tomarse un buen trago de vez en cuando y sentir su cálido bienestar en el alma, la abolición del pasado, la expectación por el porvenir, rebobinar para adelante, por fin”.
“Blancohumo” es un color, el color de la pared y del techo, ni blanco ni gris, pero suficientemente monótono y mediocre como para poder representar un estado de conciencia que se debate entre la lucidez y la molicie. “Blancohumo” es también el color de la panza de la ballena, el cielo de Lima, como si la ciudad misma se empeñara en reiterar el tedio y el encierro de aquel techo hacia el cual el personaje medita. Pero el monólogo que emana dentro de ese contexto que abruma al personaje posee más variaciones y más texturas que aquel color que parece querer imponer su grisura. A través del monólogo hablan la madre, el padre, el barrio, la universidad, la tradición literaria, la filosofía, el rock y el jazz. El monólogo no es más que una forma retórica, como ya dije al inicio, sobre el que se despliegan una diversidad de voces que el narrador actualiza de manera consciente, como dando énfasis al hecho de que una voz es la expresión de un diálogo múltiple y caótico.
Por definición, si seguimos a Mijaíl Bajtín –como es mi caso cuando, como crítico literario, me siento en aprietos— una novela no podría ser un monólogo. La novela es dialógica y en ello reside su modernidad, como bien explicó el maestro ruso. ¿Cómo así entonces un monólogo es la forma central de una novela como la que hoy presentamos?
Creo que ya he ofrecido las claves para responder a esta pregunta. El monólogo es aquí un discurso de meditación sobre el tiempo, lo que incluye las distintas voces y tonalidades que han ocupado el espacio de la vida del personaje. Especialmente el barrio y la universidad vienen a ser los espacios exteriores que irrumpen dentro del cuarto de techo blancohumo para alimentar sus reflexiones.
Daniel Soria ha escrito una novela que he leído con placer y cuya realidad, en el sentido relevante para mí, es decir, en un sentido estrictamente literario, me ha resultado convincente. Tengo el gusto de haberlo conocido recientemente y hoy he venido a compartir con ustedes la alegría de esta presentación.








 

No hay comentarios:

Publicar un comentario